jueves, 9 de junio de 2011

Democracia indignada,palabrería infinita

     Democracia indignada, palabrería infinita
     Todos mienten, pero no importa porque nadie escucha.
     Arthur Bloch
     No digo yo que no sea la edad porque puede ser que sí, ni digo que no haya motivos porque ya sé que sí; y si alguien me contestara a algunas dudas estaría mucho menos indignada (con a, que ni es lo mismo ni es igual).
     Menos que el 22 de mayo, menos que el 15 de marzo o el 30 de febrero. Menos que hace dos años. Pero leo, busco, rebusco entre los indignados y sus manifiestos y sus asentamientos y sus asambleas y sus pancartas y sus Facebook y sus Twitter y sus  blogs —oficiales, no oficiales, extraoficiales, pseudoficiales y más que hay y no he visto— tan espontáneos todos, además, y no hay más que indignación e indignados.
     Y será por la edad (que no digo yo que no —como esos que dicen que dije que no pero ahora digo que no o que sí, que era lo que quisieras porque sólo hemos utilizado tu indignación para publicitar la nuestra) y me pregunto (sí, la edad) la diferencia que hay entre eso y una huelga de controladores aéreos el primero de agosto (y no el primero de mayo que es el día del trabajo y estamos de puente) y nadie me la explica pero sí lo raro que es no estar indignada de esa misma indignación que yo ya tenía pero no ahora que es cuando toca tenerla. Lioso ¿no? Pues eso me parece a mí.
     ¿Cuándo pasaron esos jóvenes para los medios, la sociología— de ninis o de treintañeros sobre los que se bromeaba porque seguían tan consentidos como adolescentes y en casa de papá y mamá aindignados?
     ¿Cómo piden, lo que quiera que pidan, y por qué lo hacen así? ¿Qué nos dicen que dicen? ¿Y lo que no dicen? ¿Podemos cambiar el mundo sin indignadas?
     ¿Qué tan espontánea es una espontaneidad tan organizada?
     ¿Cómo se alcanza esa repercusión mediática y por qué? ¿No era noticia lo que se pide y es noticia que se pida?
     ¿Qué proponen que hagamos el mes de abril de 2012 cuando estemos mucho más indignados? ¿Seguir de acampada?
     ¿Criticamos a los bancos porque representan a un sistema podrido o porque ya no nos financian alegremente la pertenencia a ese sistema?
     ¿Qué democracia real ignora al nombrarla a la mitad de la población a la que dice representar?
     ¿Dónde estaban las masas indignadas cuando tenían trabajo y sueldo y casa, y enriquecían a los bancos con los intereses de sus vacaciones a plazos y sus coches a seis años y sus hipotecas a treinta y cinco o cuarenta?
     ¿Dónde cuando desapareció el Ministerio de Igualdad o cuando una ministra vilipendiada y objeto de mofa defendía casi a solas el derecho de las mujeres a la libre elección del embarazo ante una derecha obsoleta y convertida a la bondad de las manifestaciones —con sus niños y niñas vestidas de azul con su camisita y su canesú—  en las que se la llamaba asesina?
     ¿Dónde estaban —están— las multitudes indignadas —y los medios que podrían, y deberían, dar cobertura— cuando miles de criaturas ponían y ponen en peligro sus vidas en pateras, cayucos, en barcos atestados para buscar comida, trabajo, un sueldo, una casa?
     ¿Por qué utilizan el momento más delicado, el 22M, para hacerse publicidad poniendo imprudentemente en riesgo la asistencia a las urnas? ¿Se puede pecar de indignación? ¿No es hacer lo mismo que se critica de los partidos: mirar por sus intereses y no por los de quienes los eligen?
     ¿Cómo se puede permitir que una representante acuda a una radio y diga textualmente: —«Lo importante no es el qué sino el cómo.» ¡¿Cómo?!
     Y ahora mis ídolos paganos, mi admirado Punset, mi querido Millás, mi venerado Galeano pasean su admiración por los indignados que me olvidan y me indignan, y ya hay cursos de verano y la sociología los estudia y todo el mundo está estupefacto y a mí se me caen los palos del sombrajo: ¿será porque no corrí delante de los grises? —me pregunto. La indignación produce todas las revoluciones, dicen. De todas, la única que no ha derramado sangre ajena es la Feminista, me digo yo.  La de las mujeres que los indignados no se dignan a nombrar.
     Porque la indignación desahoga mucho, y está muy bien y mira qué  llenas las calles (como aquellos tiempos en los que éramos jóvenes y felices), pero los cambios llegan desde la reflexión, el conocimiento (y reconocimiento: del porqué, de los errores) y la acción. La indignación no cambia nada por sí misma. Usar una extraordinaria movilización social para pedir la desmovilización civil, primero (no les votes) y decir yo no dije eso sembrando el desconcierto, después es, como mínimo irresponsable. «Donde dije digo digo Diego, pero volveré a decir digo»: la base de la falta de la democracia real que ahora nos indigna.
     Hoy, cualquier movimiento que no lleve a cerrar filas frente al avance de una derecha con la tijera preparada para recortar derechos —para variar— es tan demagógico como el discurso de cierre de una campaña electoral ante los propios correligionarios. Y tan vacío.
     En la peor crisis económica de la historia reciente de este país, con el mayor índice de paro, la mayor necesidad de conciencia y asistencia social utilizamos (plural mayestático, aviso) al electorado como palanca para alejar del Gobierno a un partido que ha sido capaz de anteponer las necesidades del país a sus necesidades electorales (un ejemplo prácticamente inédito en la Historia de España) y cedérselo en bandeja al que entregó la economía española a camarillas de empresarios y banqueros a los que hemos debidosalvar después, al frenesí del ladrillo («si compran casas será porque tienen dinero», dijo el ministro (in)competente del ramo consultado en el Congreso cuando nos decían que España iba bien pero no que el bienestar lo pagaríamos unos años después), al que liberalizó el despido, recortó subsidios y propugna tan campante el copago sanitario como solución al desbarajuste. Al partido que ha hecho la oposición más insolidaria, cerril, aburrida y destructiva de la historia de la democracia reciente.
     La democracia real no es eso. No es protestar sin dar opciones. No es hablar de humanidad centrando mis necesidades como la medida de todas las cosas. No es un discurso huero pero bonito. No es sólo el qué, querida asamblearia, son también el cómo, el cuándo, el para quién, el porqué. La democracia real se hace participando en la vida política todos los días, no una semana antes de las elecciones.
     Divide y vencerás. ¿Olvidamos ya por qué un gobierno legítimo perdió una guerra civil, tan cercana que no podemos explicarla en el cole a nuestros niños y niñas y apenas mencionarla en la conversación sin herir susceptibilidades, y tan lejana que no recordamos ninguno de los errores que nos llevaron a ella, primero, y a perderla, después?. Que tu mano izquierda no sepa qué hace la derecha y bienaventurados los mansos porque de ellos es el reino de los cielos. Sin tener que indignarse reciben un país en bandeja. Así se las ponían a Fernando VII.


María Martín 
Experta en Género y Comunicación
Proyecto DeSgenerad@s





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